Cachirú
Relato publicado en la revista Por ejemplo (Para ir a la publicacion origina click aqui)
“…Quienes
aceptan su destino, solo pueden irse en paz. De lo contrario el camino se
ahogará de llantos y lamentos”
El sol
comenzaba a resguardarse y los rayos dorados empezaban a disminuir, todos los
árboles del lugar producían un leve quejido, causado por la brisa que recorría
la ruta 307 en Tucumán. La carretera interminable y vacía daba una soledad tan
placida, que fue interrumpida por el sonido de un auto, el cual se detenía
gradualmente a tan solo un par de kilómetros de la popular parada “Virgen de
las flores”. Un hombre de estatura promedio salió del vehículo, lucia una
camisa arrugada a cuadros la cual estaba desacomodada, a simple vista se podía observar
la ausencia de algún que otro botón.
Veloz, salió
del auto, dirigiéndose al capó el cual expulsaba un humo oscuro, su rostro
mostraba una preocupación exagerada para que se tratara solo sobre un auto
descompuesto. Una gran ave se posó en las ramas de un árbol, un poco al frente
de él, no se la lograba visualizar con claridad, ya que la noche comenzaba a
asomarse en la esquina y el conductor tuvo que sacar su linterna para poder
ayudarse mientras movía tuercas y aflojaba otras; todo esto como si estuviera
apresurado, como si necesitara salir de ese lugar cuanto antes. Su velocidad
pareció duplicarse cuando muy a la lejanía, dos puntos amarrillos parecían
estar viniendo, estos puntos se hacían más grandes conforme se acercaban.
Esto si fuera
una situación normal sería un milagro para nuestro conductor, si tan solo esto
fuera una situación normal…
Conforme el
auto se iba acercando, nuestro conductor comenzó a mirar hacia todos lados en
búsqueda de un lugar donde acudir, indeciso miraba y por una inercia automática,
sus ojos enfocaban al otro auto acercarse hacia él cada vez más rápido, solo
para confirmar que todavía no estaba cerca de él. Corrió hacia unos árboles a
tan solo unos metros de su auto, se escondió detrás del más grande que había y
solo se limitó a observar mientras apretaba con fuerza un destornillador. Este
auto, el cual era uno negro con vidrios polarizados, se estaciono frente al
descompuesto y un gran hombre se bajó de este.
Observo la
matricula solo para mover su cabeza en forma de un si, como si estuviera
confirmando algo, abrió el auto, solo para estar seguro si estaba vacío, sacó
su celular al instante y pareció llamar a alguien.
—¡Lo encontré
al hijo de puta! Esta en la ruta 307, parece que uno de los disparos le daño el
motor… —Dijo el hombre muy alterado —. No, no voy a esperarlos, debe estar a
pie, no debe estar lejos, quiero encontrarlo.
El gran
hombre cortó la llamada y saco una pistola. Esto hizo que el conductor sintiera
miedo y en un sentimiento de rechazo, retrocedió unos pasos, la vida y la
suerte parecían no estar de su lado ya que en esos dos pasos una rama se partió
produciendo una queja; alertando al gran hombre que, ahora mirando en su
dirección, empezó a caminar cauteloso hacia él sin dejar de apuntar con el arma,
el corazón del conductor iba a mil, los grillos comenzaron su cantico y la
noche estaría en una profunda oscuridad si no fuera por la luz lunar que
gobernaba todo el paraje. De pronto el gran sonido de una enorme rama azotando
el suelo llamo la atención del gran hombre, justo detrás de él. Esta gran ave
que parecía haber estado observando todo, emprendió vuelo y sobrevoló a ambos.
El gran hombre tal vez por el susto o el enojo que poseía, le disparo sin dudar
a esa sombra alada, fallando en el intento. El conductor aprovechando ese
momento echo a correr, adentrándose en la inmensidad de árboles que rodeaba la
carretera; no miraba hacia atrás, su mente estaba, no en blanco, sino todo lo contrario,
pero justo por esta razón no podía pensar con claridad. Dos disparos le rozaron
los brazos seguido de gritos provenientes del gran hombre.
—¡¿Pensas que
te vas a escapar?! ¡Contéstame!
—¡Yo no lo
hice! ¡Lo juro por dios! —Gritaba en respuesta el conductor, mientras esquivaba
los algarrobos.
El gran
hombre gatilló más veces, pero no supo si pudo haberle dado en el blanco, no
desistió y siguió corriendo. Las balas impactaban en los troncos hasta que
simplemente los tiros cesaron y seguido a esto los pasos del conductor también.
El canto de la lechuza impidió el silencio, un canto que se escuchaba tenue.
—Se que estas
por aquí —Dijo el gran hombre.
—Por favor,
yo no lo hice, es todo mentira —Dijo el conductor mientras sus palabras
parecían hacer un eco entre los árboles impidiendo al gran hombre adivinar de
donde provenía.
El canto de
la lechuza aumento progresivamente.
—La justicia
me declaro inocente ¿Por qué no lo entendes?
—¿La
justicia? ¿La misma justicia que declara inocente a miles de monstruos como vos
al día?
El cantico se
hizo inaguantable, era enardecedor, tanto así que ambos se taparon las orejas.
—¡Que alguien
calle a ese maldito animal! —Gritó el Gran hombre mientras disparaba en su
dirección, logrando silenciar a la lechuza, dejando que la ausencia de sonido
invada el lugar.
—Yo jamás
haría algo así.
—No importa
cuantas mierdas me digas, no te voy a creer.
—Yo
realmente… —Dijo el conductor antes de ser interrumpido por un estallido.
—Te atrapé —Dijo
el gran hombre al haberle dado un tiro.
La sangre
comenzaba a salir del orificio un poco cerca de su cintura y este trataba de
taparse, haciéndose presión en la herida, su respiración se dificulto y el
corazón estaba a punto de estallar. Observo como sus manos estaban colapsando,
temblaban a un ritmo elevado y no podía controlarlas con precisión, su vista no
tardo en nublarse, eso más la oscuridad que dominaba el lugar lo dejo casi
ciego y, sus oídos se taparon a tal punto que ya no lograba escuchar con
claridad lo que decía el gran hombre mientras se acercaba a él.
—Dije que ya
no vas a dañar a nadie más —Repitió mientras agarraba del cuello de la camisa
al conductor —. Al fin puedo tenerte frente a frente, al fin podré ver tu mirada
apagarse, justo como lo hiciste con mi hija.
El conductor
desorientado, trataba de observar el rostro de su posible asesino, con los ojos
casi cruzados y su boca semi abierta mientras daba muy pequeños cabezazos a los
lados, logro darle una mirada fija. El sonido de unas garras despedazar madera
se escuchó arriba de ellos, pero dada la situación a ninguno de los dos les
importó. Un golpe seco se escuchó, el sonido de carne siendo apuñalada por
algo, por un objeto fino y delgado… como la punta de un destornillador.
—Si lo hice
¿Y qué? —Dijo el conductor mientras el gran hombre retrocedía con un
destornillador incrustado en su pecho —. ¿Queres que te cuente como me divertí
con tu hija?
El conductor
se cayó al suelo sentado y comenzó a agarrarse la cara mientras se inclinaba hacia
un costado. El gran hombre también se desplomo en el suelo de espaldas, con su
cabeza afirmada en una roca miraba hacia arriba.
—No fue la
gran cosa, tuve mejores —Dijo mientras levantaba la mirada cansada hacia el
padre de su víctima —. Esa herida… no te queda mucho tiempo.
La
respiración del gran hombre se dificultaba cada vez más y este en reacción
trataba de respirar con más fuerza.
—Mírame a los
ojos.
El hombre
pareció lograr ver algo, causando que sus ojos se abrieran de par en par y
luego se dibujara una leve sonrisa en su rostro.
—¿Que es tan
gracioso? —Preguntó el conductor.
El hombre
soltó una torpe risa y sus ojos se cerraron.
Algo negro
cayo de arriba quedando entre los dos, sea lo que sea, no se podía observar con
claridad, era del tamaño de una persona. Se vio como sacó una extremidad, la
cual parecía tener grandes garras. El conductor completamente descolocado y
aterrado intento prender la linterna, mientras observaba esa cosa acercarse al
cuerpo, tal vez ya muerto de su agresor. Acercó sus garras y estas se
iluminaron de una luz que mostro un poco a este ser dejando ver que era de un
blanco tan intenso como la nieve misma y del cuerpo muerto pareció salir un
duplicado, pero blanquecino y transparente, se podían ver solo las líneas de su
contorno y sin previo aviso, este duplicado fue absorbido por las garras como
si fuera una aspiradora y cuando el conductor al fin pudo prender la linterna…
quedó mortificado.
Era una
especie de persona, decorado con enormes plumas, las de su pecho eran blancas y
mientras se alejaban de esta ubicación gradualmente se tornaban de un marrón
cada vez más oscuro, que lograban mimetizarse con el de los árboles. Su rostro
era el de una lechuza, con ojo negros en su totalidad. Poseía unas alas que
parecían salir de su espalda, mientras que sus garras, las cuales brillaban
ahora de manera leve, salían de sus brazos delgados, cubiertos por plumas esta
vez diminutas.
—¿Qué…? ¿Qué
mierda eres? —Preguntó el conductor.
Esta cosa
inclinó su cabeza hacia un costado y emitió un ulular sonido como si se tratara
de una lechuza de verdad y miro hacia la herida que tenía cerca de la cintura.
El conductor
retrocedió y en respuesta a esto, la cosa alada se acercó rápidamente hacia él,
agarrándolo del cuello, clavando sus garras dejando salir algún que otra gota
de sangre, dejando ver la carne cortada entre el espacio de estas.
—¡Soltame!
¡Yo no tengo que morir! —Exclamó con miedo mientras era levantado del cuello y forcejeaba.
Las garras
fueron clavadas muy superficialmente en el pecho del pobre diablo y bajaron
rápidamente dejando unos arañazos pronunciados, de los cuales la sangre parecía
salir a prisa, el conductor soltó alaridos inhumanos de sufrimiento, mientras
lo tenía del cuello emprendió vuelo y en el aire parecía repetir esta acción en
diferentes partes del cuello mientras la víctima se estremecía, a la lejanía
podía verse como el cuerpo en un momento simplemente era llevado como un muñeco
de trapo, mientras que de él caía la sangre a ratos, producidas por las heridas
que el Cachirú no paraba de hacerle. Sus gritos se oyen hasta en la actualidad
en la carretera 307.
Y así, el
conductor se perdió en el cielo, siendo llevado por el Cachirú, siendo llevado
por la muerte alada a recorrer un camino de llantos y lamentos.
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